martes, 9 de noviembre de 2010

Vida Aérea (Parte 2)


Asquita se creía “la creadora del cha cha chá” al saberse dueña de un destino incierto. A pesar de eso, en vez de asustarse no pretendía volver atrás. Sus hermanas le gritaron que se bajara del homo sapiens, le rogaban que diera un solo saltito; ella hacía como que no las escuchaba, era mejor eso que tratar de decir un discurso que nadie entendería por el sonido de las cornetas de los autos, los tubos de escape de las motocicletas y los alaridos del que vendía tostones y café con azúcar. Sus alitas temblaban, un poco de emoción y otro poco por la bruma que caía sobre ella.

Nadie, nadie de su familia había podido dejar Campo Rico ¿Lo habían intentado? Sí, desde luego. La historia de Achí es famosa, todos la conocen. De generación en generación cuentan que el hermano de uno de los trastatarabuelos de Asquita tenía aires de grandeza. Una noche se elevó demasiado alto para irse y subir de escalafón social, pero un perro se lo había tragado de un solo bocado. Se dice que el macho se había convertido en inmortal dentro del hocico de la bestia y que a veces se le veía deambular por el barrio durante las noches húmedas.

La bestia peluda se hallaba del otro lado de la calle y cara de bravo no tenía. Era un viejo mamífero, feo, alargado y cansado. El asunto parecía más una fábula de abuelas que otra cosa.

Contra pronósticos, había sobrevivido el primer obstáculo. El humano que Asquita montaba cruzó la esquina, se montó en una fiera mecánica, encendió una tormenta fría y comenzó a cantar “Soy mi destino”, de Mayré Martínez.

Ojalá esa brisa no sea permanente, pensó. Una vocecita interna le decía que debía pasar desapercibida, pero no aguantó, quería volar, sentirse libre aunque fuera dentro de ese inhóspito lugar.

Coqueteó con sus alas. Las movió un poco y se percató de que estaban listas para la lucha; las abrió y emprendió vuelo directamente hacia el rostro del humano para darse cuenta de que había cometido un grave error porque éste comenzó a agitar las patas que tenía sobre el volante. ¿Querría matarla? Definitivamente no, seguro que no podía ver bien y se la quería quitar de en medio. Qué tonta, ella y su culote nublaban el camino. De todas maneras permaneció quieta durante un largo rato.

Ya estaba mareada y a punto de vomitar cuando el motor se paró. Su amigo color carne se dispuso a bajarse de la fiera, así que apegándose al dicho: “Donde fueres haz lo que vieres”, ella se apresuró y revoloteó cerca de él.

Alcanzó a ver a los lados. Ciertamente el espacio estaba inundado de la contaminación sonora de los autos y afines, pero todo era más bonito: había árboles pequeños, otros más grandes, guacamayas, loros, cristofués, flores y cachorros color carne riendo.

Observando a su alrededor casi pierde a su transporte. Se posó en su espalda cautelosa, se metieron en un cuarto minúsculo iluminado con luces de neón, presionó en la pared el número 15. La puerta se cerró, ahora Asquita sí que estaba espantada. ¿Será que los homo sapiens se encierran en esos lugarcitos para esperar que Dios venga por ellos?

Súbitamente se abrió la puerta nuevamente. De forma mágica se encontraban en otro sitio, un recuadro blanco con cuatro rejas blancas; Humano introdujo algo metálico y eso cortó la blancura para dar paso a un hoyo oscuro en el que entraron.

Humano corrió hasta una de las habitaciones y cerró la puerta con agilidad. ¡Era tan raro él! Estaba ocupada reflexionado al respecto cuando escuchó susurros. Asquita agudizó sus sentidos: se recostó sobre una pared con cuatro patas y utilizó las otras dos para captar su entorno. Escuchó unas risitas, a alguien se le escapó una risotada, ahora carcajadas en los rincones.

Se trataba de otros Culícidos, quizá eran primos lejanos pero familia de cerca no eran. Asquita estaba incómoda sin saber si moverse de ahí o no, en Campo Rico era muy sabionda pero allí era sólo un mosquito. Se acercó un macho con una espalda ancha y encantadora, “el delirio de las nenas”. Al menos sería su perdición.

Me llamo “Flay”, F-L-Y pero se pronuncia “Flay” que en inglés quiere decir volar. ¿Tú sabes inglés mi niña? ¿Cómo te llamas lindura? –dijo el mosquito en tono seductor.

Se hizo silencio. Asquita: A-S-Q-U-I-T-A –tratando de imitar a su interlocutor. Todos comenzaron a reírse estruendosamente. Ella no entendía por qué su nombre había causado tanta algarabía.

-¿Cómo una fémina tan hermosa se llama así? ¿Tú sabes que eso suena a asco?
-Nunca lo había pensado –respondió Asquita con vergüenza
- ¿Qué te parece “Lof” L-O-V-E? En inglés significa amor, eso me pega más con tus ojos caramelo. Otra vez las concebidas risitas.

Asquita iba a asentir en un primer momento, no obstante indicó: ¡Asquita me llamo y Asquita me quedé! No iba a dejar de ser quien era por estar frente a un sifrino pitiyanqui, además ella no iba a poder recordarse de “Lop” o “Log” o “Loj”; bueno, como fuera.

De atrás saltó una mosquita. ¡Qué se llame como quiera, para eso vivimos en un país libre! Justo cuando la frase estuvo sentenciada Humano salió a la sala, presionó un botón y comenzó la música, algo en inglés que Asquita no pudo entender pero que encendió la fiesta.

Los mosquitos usaban lentes de sol, Asquita no comprendía como veían con semejante oscuridad. Todos bailaban, ella trató de imitar los movimientos de los demás y, para su grata sorpresa, consiguió verse más atractiva que el resto con sus caderas prominentes. Ella calzaba perfecto con la música, los tragos de wihisky que sorbían del vaso del dueño de la casa y la oscuridad, esa oscuridad que servía para la pasión. Rincón de apartamento era a procreación como pocito de agua de Campo Rico era a incubación.

Ya habían transcurrido dos noches desde su llegada, las dos noches necesarias para que comenzara la sed de sangre y el instinto de amar.

Continuará...

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