miércoles, 3 de noviembre de 2010

La fea de mi hermana



Tiene cara de boba. Desde hace tres días está sobradísima. Alexandra posee todas las características que podría necesitar una mujer para ser considerada un culito: mide un metro ochenta, tiene la piel color canela por las constantes idas a La Guaira, cuenta con una nariz perfilada que –aunque diga que no- parece hecha por cirugía plástica, ojos color verde rana, pestañas largas, cabello dorado, senos y pompas paradas.

Sé que todas estas características suenan a halagos, pero Alexandra es realmente fea. Bueno, al menos yo la veo así; su cara es demasiado pequeña para su cuerpo, a veces la he visto virar un ojo, tiene pelitos en los dedos de los pies, –no se los van a ver porque se los afeita- sus colmillos no son del todo derechos, tiene el pelo un poco deshidratado por la falta de sol, su trasero tiene un huequito de celulitis que se le ve cuando se tuerce y las uñas de las manos le crecen hacia abajo. ¿Lo ven?, ¡es horrorosa!
Nos conocimos hace 19 años. Toda la vida hemos compartido habitación, lo hacemos desde el vientre materno –pero ojo, teníamos sacos diferentes, sino hubiera aprovechado para ahorcarla con el cordon umbilical o hacerle una llave en el cuello con mis pies en desarrollo- y eso no me gusta para nada. Ella parece no importarle mucho el asunto…siempre de tan buen carácter, como dice mi mamá.
Ella es de esas que tira la piedra y esconde la mano. Lo demostró en el concurso de baile de la misma manera en que lo hecho toda la vida. Alexandra se cogió todo lo positivo y me dejó el resto, lo que ya no servía. Si no, entonces a qué creen ustedes que se deba que yo sea bajita, morena, delgaducha, plana como una tabla, con los ojos chinos y el pelo rizado. Eso sí, mi sonrisa es estelar.
Envidia no le tengo, yo soy mucho más inteligente, más dinámica y de unos sentimientos lindísimos. Eso me dice mi papá cada vez que me deprimo cuando toda la atención se dirige hacia ella.
Así pasó en el concurso de baile. Yo me alisté de primera, tengo desde los tres años bailando desde ballet clásico hasta salsa casino. Me preparé durante un mes con toda la disciplina del caso, hice mi audición y llegué a la casa contentísima porque me habían elegido en el casting. Aterricé de mi alegría de platanazo cuando la muy metida vino y dijo: ¡yo también quiero! Mi mamá le aplaudió su desfachatez y yo me quedé perpleja sentada mientras me comía un perro caliente hecho por mi abuela.
Mi abuela siempre la ha preferido. Cuando éramos niñas la llamaba oro derramado, por su pelito sin igual y su dulzura de quesillo en su punto. La doña vivía en El Táchira y se echaba el maratón en autobús sólo para venir a verla, besarle los cachetes hasta dejarlos mojados, darle una muñeca y volver a hacer el camino de vuelta a Gochilandia. A mí me sacudía la cabeza y decía: Hubieras sido un varón guapísimo.
Entre mi abuela y mi mamá se confabularon para coserle toda la noche un traje a su medida para que lo luciera en el casting de color verde rana, como sus ojos. Odio ese verde.
Al día siguiente, todo estaba dispuesto para que a mi hermana le fuera de mil maravillas. Mi mamá, Alexandra y mi abuela ya estaban metidas en nuestro auto -una pick up, esas camionetas de tres puestos con una cava abierta detrás para poner materiales y peroles- y estaban listas para irse cuando yo me metí en la parte de atrás. Quería ver si la suerte le iba a sonreír o si el jurado iba a ver que no contaba con talento alguno.
La muy sangrona se presentó en el lugar. Mi mamá y mi abuela le llevaban sus cosas como si Alexandra fuese una princesa y ellas, sus fieles sirvientas. La gente de la fila la miró con el más puro odio que se le puede tener a un rival. Por primera vez no sentí que estaba sola.
Entró a la audición y el resultado fue el que más temía: quedaron enamorados de sus ojos, de su imagen completa y de sus encantos. Alexandra les comentó que tenía una hermana morocha que también había ingresado en el concurso y, no por supuesto, me hicieron pasar. Les pareció graciosísimo que fuéramos tan diferentes. La catira y la morena, la alta y la bajita, la bonita y la feita. A mí nunca me ha parecido divertido ese “detallito de Dios”.
Comenzó el concurso. Éramos 10. Cada semana yo eliminaba chicas; una a una se iba yendo a casa con sus ojos llenos de lágrimas y las ilusiones a flor de piel. Alexandra seguía al pie del cañón, a pesar de que jamás tomó ni media clase de bailoterapia la llegaron a considerar favorita de la semana en tres ocasiones.
La conductora del programa, Luciana Ferrero, se sentía identificada con Alexandra. Según ella, las dos tenían un talento innato, eran sensuales al mismo tiempo que tiernas y la cámara las amaba. A mi parecer, ciertamente las dos eran iguales: igual de tontas, igualmente carentes de talento y eso sí, iguales para embrujar a la gente. ¿Cómo harán?
Yo no le hablaba a Alexandra. Ella me jalaba mecate, no obstante yo no cedía ni un ápice. No se lo merecía, se metió de lleno en mi vida y ahora quiere hacerse la buena. Me metí en la competencia sólo para divertirme contigo y hacer cosas juntas, me llegó a decir. Que lo opaquen a uno no es entretenido, créeme, ojalá que caigas como lo hacen las ratas cuando fumigan con gas, le dije sin más y la muy llorona fue a contarle a mamá que yo no quería ser buena con ella.
Nadie me va a hacer cambiar de parecer, ni siquiera el día de la gran final. Yo estoy en el concurso para ganar y demostrar que soy mejor que mi anti clon. La conductora se afincaba en el cuento de esta manera: Dos hermanas, dos rivales, un solo premio. ¿Quién ganará? Me provocaba halarla de los moños por cizañera, sin embargo eso me habría descalificado de ipso facto.
Llegó el momento esperado. Las dos agarradas de la mano a petición del director del programa, esperábamos los resultados. Noté que a Alexandra le sudaba su mano, no estaba tan segura de ganar después de todo.
La ganadora del vigésimo concurso de baile “Baila para mi público” es… Le recordamos que la ganadora hará una gira con Madonna durante el año 2011 y tendrá en sus bolsillos la suma de 20000 dólares. Hizo una pausa incómoda. ¡Dilo ya, gritaba mi cerebro!
Y la ganadora del vigésimo concurso de baile “Baila para mi público” es: Alexandra Marcano. Me quedé pasmada, otra vez me había ganado la desconsiderada y en mi propio terreno, un golpe bajo para mi orgullo. Yo no escuchaba nada, solo mis pensamientos, cuando escucho un gritico que salió de la garganta de mi morocha: ¡No! ¡Están cometiendo un error!
El público comenzó a murmurar, nunca antes un ganador declaraba que no era justo su premio. Yo pensaba como ella, pero no abrí la boca, no era correcto que la victoria fuera para ella. Luciana Ferrara interrogó a mi hermana: ¿No querías ganar? A lo que Alexandra respondió: Yo sólo quería participar.
El productor del programa se acercó. Para él esto no era más que carne para los perros, más show para la audiencia que veía en vivo el desenlace del concurso. Dijo que haríamos un último reto y que ahí el jurado reconsideraría la decisión.
Yo me puse feliz, tenía un último chance. Estaba demasiado molesta con Alexandra como para decirle palabra alguna. Repasé por un momento en mi mente el Vals de Flores, del Cascanueces. Pegaba perfecto con mi atuendo tallado rojo carmesí, mi tutú a juego y mis zapatillas doradas que había usado para bailar El Cascanueces en una obra del colegio. ¿Qué usaría Alexandra?
Tal como me lo había imaginado. Alexandra salió al estudio con un único atuendo: un traje de baño con una estampa atigrada. Se veía como una cualquiera pensé, y de repente volteé para ver al público y me di cuenta de que estaba en problemas. A la multitud se le estaba saliendo la baba. Luciana Ferrera la presentó: ¡Y con ustedes, Alexandra Marcano!
La tipa salió y bailó Calipso como mejor pudo. Se le daba bien bailar con movimientos del vulgo, nada profesional, sólo lo adecuado para deslumbrar a ojos poco conocedores del tema. Sus caderas se movían como a diez kilómetros por hora, sus piernas se veían duras y buenas para la pela. Todos aplaudieron. Ella cruzó las piernas para hacer una reverencia y no sé qué le pasó pero perdió el balance y se cayó. Para su final, obtuvo risas colectivas.
Alexandra salió corriendo del escenario en dirección hacia mí. Me vio con lágrimas en los ojos y me abrazó. Yo no puedo negar que me alegré, al fin le sale algo medio chueco a la mujer enmantillada.
Yo me sentía ahora ridícula con mi tutú, ridícula y en pánico. Si a ella no le perdonaron la caída, la más mínima equivocación mía se pagaría con abucheos. Por fin la conductora me hizo la presentación.
Traté de impresionar más al jurado que a la audiencia. Comencé con un entrechat, luego un cabriole y terminé con varios assemblé. Estos movimientos de ballet eran mi especialidad. Después de mi acto, hubo un silencio y a continuación, unos sinceros aplausos.
El jurado de reunió a deliberar. Luego Luciana Ferrera anunció el veredicto: por decisión unánime del jurado, las morochas seguirán compartiendo destinos. El premio se divide en dos. ¡Las dos irán con Madonna y cada una recibirá 10000 dólares!
Alexandra brincó de felicidad. Me hubiera gustado otra caída pero no fue así. Luego me abrazó por la cintura y me levantó de emoción. Yo no estaba complacida en lo absoluto, ella se debió quedar en casa comiendo perros calientes mientras yo disfrutaba de mi vida de bailarina. Mírala con su cara de sobrada, no se le quita desde ese momento y no es que la envidie, yo soy mucho más inteligente.

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