jueves, 4 de noviembre de 2010

Vida aérea (Parte 1)


Desde que nació sabía que su muerte estaba a la vuelta a la esquina. Le daba vergüenza decir su procedencia, pero una vez se le escapó la verdad: viene de un pocito de agua que se me acumuló en el basurero que queda al pie del barrio Campo Rico, ubicado en la Zona Metropolitana de Caracas.
Vino al mundo en una balsa junto a doscientos seres vivos más. Los recién nacidos pasaron dos días uno junto al otro, sólo esperando el momento oportuno para separarse porque cada uno debía luchar por su existencia desde el minuto en que su madre decidió dejarlos “a la voluntad de Dios”.
Creció más rápido de lo que esperaba, aprendió a nadar como todo un profesional en un instante. Estaba convencido de que la genética había hecho su trabajo, ya que nadie le había enseñado como desenvolverse en el agua para buscar alimento a los 200 que estaban en el charco.
Era un infante, requería de oxígeno así que se las ingenió para estirar su boca todo lo que pudo y hacer una batalla para durar otro día en el planeta tierra. A veces tenía que forcejear con sus semejantes. En una ocasión tuvo que apoyarse de un macho y dejarlo en el subsuelo para su propio beneficio, pero así era todo en Campo Rico. El espacio no era lo suficientemente grande para la población.
A la semana de subsistencia notó que algo había cambiado en ella; era su piel, la estaba mudando una y otra vez, esto le ocurrió cuatro veces hasta obtener la metamorfosis que su evolución ameritaba: se había convertido en toda una pupa.
En quince días era una adolescente. Ella quería ser adulta, como todo el que pasa por ese proceso, pero luego añoraría esos tiempos como los más felices de su vida. Todo aquel que pasa por esa etapa sabe lo que se siente. No es un momento de inactividad, pero no se quiere ser molestado. Se llamó así misma Asquita porque había escuchado durante su sueño a alguien decir Asquito y, dado que era niña, Asquita le caía perfectamente como vestido hecho a la medida.
Una mañana se hizo una reunión en Campo Rico. Sería la primera y única vez que Asquita recordara haber visto a su mamá. Ella se mostraba fría, como si no tuviera afecto hacia ninguno de ellos. Se le pasó por la mente que nunca había planificado la concepción de semejante nicho ecológico, de ahí el haberlos dejado abandonados.
Se agruparon para ver lo que su madre tenía que decirles. Alguien levantó la mano y preguntó: ¿Qué somos? Ella calmadamente respondió: Perteneces a la familia de los Culícidos. ¿Culícidos? Suena a…
Se formó una algarabía, nadie entendía que era ser un Culícido. La madre los cayó e intervino: Se los voy a decir claro y raspado. Ustedes son unos mosquitos y sus días, como el mío, están contados. Abrió sus dos alas y se fue, esa fue toda la explicación.
Unos dieron pequeñas vueltas en círculo -las hubieran dado más grandes pero el espacio no lo permitía-, otros lloraron sin entender lo que eso quería decir. Un grupo se reunió y comenzó a orar. Asquita simplemente se sentó en un rincón, no confiaba en la inteligencia de ninguno de sus hermanos, sólo tenía en la mente que su madre había usado su cuerpo para desplazarse por los aires. Eso haría ella cuando fuera grande.
“Cuando fuera grande” llegó justo al día siguiente. Comenzó a sentir en su cuerpo la necesidad de sacudirse con fuerza y de tanto tirar salió del pocito. Eso mismo les pasó a los demás. Asquita estaba cansada, el sol le pegaba directamente en su cuerpo, se quedó dormida.
No sabe cuánto tiempo pasó desde que cerrara los ojos. Cuando se incorporó, se percató de que estaba seca y aún no había muerto. Reflexionó sobre sí misma: era una adulta, era una adulta díptera y viviría su corto viaje por el mundo sin reparos.
Asquita observó su entorno. Ahora podía respirar a su antojo, había comenzado a odiar el pocito nauseabundo denominado hogar. Alzó la vista para deleitarse con un cielo azul y unas nubes blancas, no blancas no, se estaban tornando grises.
Mientras Asquita miraba hacia arriba, se quedó extasiada al ver cómo caía agua. Era realmente extraño ver chorros de este compuesto cayendo al suelo. De repente escuchó un grito. Un macho de los Culícidos había muerto mojado. Quiso llorar pero no pudo, lo que sentía era puro miedo.
Los mosquitos se separaron. Unos usaron el mismísimo momento para aprender a volar, los que no pudieron corrieron a abrigarse de la lluvia. Asquita estaba estupefacta.
Sintió que también sería su fin, sin embargo no le tocaba ese día. Un ser enorme de color rosado pasó a su izquierda y por instinto ella saltó hasta la pierna velluda de ese animal. Se alejó de los demás y para siempre. Su destino sería totalmente distinto. Adiós Campo Rico.



Continuará…

Fotografía obtenida en el siguiente enlace: http://fanjacc.wordpress.com/2007/08/

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