lunes, 25 de octubre de 2010

Mi primera vez en el grupo de apoyo


Hola buenos días, ¿me puedo sentar aquí?, ay gracias. ¿Puedo hablar de primera? Es para que se me quite este susto que cargo aquí adentro.
La mujer suspira y queda un silencio incómodo por unos segundos- Esto lo voy a soltar de una porque si no es así, no lo digo: Soy Amor y soy adicta a mi piel…Uy, salió más rápido de lo que creía.
Realmente no me llamo Amor pero siempre uso ese seudónimo cuando no quiero decir mi nombre real; como aquella vez que le pedí presupuesto a un amigo fotógrafo que no me quería revelar cuánto estaba cobrando por hacer una boda eclesiástica.
Odio hacer bodas y más las eclesiásticas. Sí, todas son distintas, bien lindas que son. Mentira, son todas iguales. La dichosa niña llora cuando se pone el vestido, su mamá mucho más porque ya no es la bebé de la casa y el papá se esconde en los rincones mientras pone cara de que no le importa lo que está pasando. La novia camina hacia el altar, todos toman fotos con sus cámaras –incluyendo las de los celulares, todo eso se atraviesa y entorpece el proceso del fotógrafo-. El cura dice orgulloso:
-¡Puede besar a la novia!
Tan lindos los novios, que bello bailan el vals, se ven tan enamorados. A brindar porque no se separen en dos años por culpa de la ex novia que no entendió el significado de la frase: hasta que la muerte los separen.
Luego el bendito ramo.
-¡Es mío! Ay le cayó a Mireya, ojalá que consiga novio al menos.
Perdónme si me salgo de tema, pero estoy súper nerviosa. A ver, sigo…Cargo con esta adicción desde que tengo 16 años. Todo comenzó cuando me afeité las piernas un día que me invitaron a la playa unos amigos del colegio. Quizás la culpa fue de la nueva rasuradora con tres hojillas y no de mis emociones mal administradas.
Ahora que estamos en esto de las confesiones no voy a mentir: Soy bien enrollada. Y mejor, porque si tuviera la mente macheril de cualquiera de mis diez hermanos varones sería súper llana y me contentaría con ver películas como transformers, X-men o a lo mejor estuviera casada con uno de esos “venegorditos” que hay por la calle.

Venegordito: Dícese del macho humano proveniente de Venezuela, que tiene barriga, bebe cerveza recostado del maletero del carro, se lambucea a cualquier culo que pase sin importar que esté embarazada y escucha música como si toda la autopista tuviera que oír lo que él quiere.
Otra vez se me fue el hilo. ¿A ustedes les sale esto facilito? No me veas así chico que eso es feo. Ajá, voy.
Debajo de mis uñas tenía mi dermis de la misma manera en que una retroexcavadora saca tierra de un terreno. Al principio parecía algo controlable, me rascaba sólo cuando me rasuraba pero luego la situación fue empeorando. Gracias a Dios tengo a mi lado a Humberto, él me ayudó y me ayuda cada vez que recaigo.
Conocí a Humberto en el trabajo. En ese entonces yo tenía un novio de los que me encantaban: bien perro. El hombre fue más paciente que empleado esperando en el banco para depositar la quincena a las doce del mediodía y cuando el otro me botó yo caí redondita.
La próxima vez que hable de otra cosa díganme, no les dé pena, yo sé como soy yo. ¿Por dónde iba? Ya me acordé, una médica de la India me atendió en Estados Unidos. Ella no tenía picazón ni la piel llena de rasguños, pero vio que mis piernas estaban sufriendo. Sin embargo, las lamidas de mi perro eran mejores cicatrizantes que las cremas que me mandó.
En Kenya también me mandaron cremas, y no sólo eso; tomé hormonas, me consulté con brujos y nada. El proceso era inevitable y el resultado era visible e internamente doloroso. Por fuera todo se veía bien, pero debajo de la ropa tenía surcos de sangre. Las uñas eran mi arma y mi piel, la víctima.
No me gusta que me vean como víctima, me da pena que sientan pena por mí.
Lo mejor es lo que pasa –dice la mujer del kiosco cuando lee las noticias. Las Amalias somos fuertes y nos recuperamos de lo que sea- dice mi mamá.
¿Tienen un vasito con agua? Hablar de uno da sed, ¿No?
Una mañana me levanté y las sábanas estaban completamente ensangrentadas. Parecía que había ocurrido un asesinato. Para mi pesar eso no paró sino que se hizo rutina. El agüita oxigenada que se usa para lavar la ropa íntima cuando se mancha de menstruación no era suficiente.
Fui a un psiquiatra. El tipo acertó en el diagnóstico: Sufres de rascado compulsivo. Falté un par de días a la consulta y cuando volví recibí el mayor regaño de la vida.
- Tú crees que lo tuyo es juego. Por eso siempre serás lo que eres
Me gasté dos cajas de pañuelos desechables entre el llanto y la moquera. Que el psiquiatra de uno lo trate así significa que el problema es rudo.
Mis amigas se pusieron a hablar de su psicólogo. Las tres compartían al mismo mejor amigo pago y parecía agradarles; eso me dio ánimos y me anoté en el combo, llamé y ese mismo lunes estaba siendo estudiada como quien investiga a una alienígena. Todo esto será grabado- dijo el hombre. ¿Será un morboso?
Ha sido una semana de mierda. Mis dudas sobre mi talento para escribir volvieron, mi madre se enfermó y tuve viajar cinco horas para cuidarla. Decidí viajar de noche para ganar tiempo y el bonche resultó en tragedia.
Ya estábamos cerca del destino, no se veía mucho más allá de las luces altas del vehículo. En cuestión de segundos nos salimos de la vía y volvimos con un caucho explotado. Nadie nos pudo ayudar, luego de mucho intentar llegamos a la ciudad pero eso causó más daños a nuestro compañero de cuatro ruedas. El seguro por supuesto se sacudió como pudo y tuvimos que pagar los daños del vehículo –que no sé cuáles son y ni me interesa, le dejé eso a Humberto.
Mi compañera de trabajo me escribió por chat: ¡Nos van a cerrar el programa! Ahora si me embromé, sin empleo dos meses antes de diciembre. Creo que no habrá regalos para mis sobrinos esta navidad.
Al día siguiente trato de revisar mi cuenta bancaria pero la página web no abre. El banco ha sido intervenido, dicen las noticias.
Me quedé pasmada, sin plata y sin empleo en un ratico. Mientras estaba en mi mundo, no escuché cuando mi sobrino de cuatro años me pidió que le pusiera las medias. Éste decidió pedirle el favor a mi madre y golpeó su talón sobre la rodilla recién operada de mi progenitora. Llanto y susto para todos, mi mamá por el dolor, mi sobrino por reflejo y yo por la culpa de no estar haciendo mi trabajo como era debido.
El llanto se me juntó con la tragedia de la falta de plata. La picazón también vuelve como arrocero en fiesta de quinceañera; nadie invitó a la susodicha pero está ahí paradita esperando. Me subo los pantalones y me entrego al placer del rascado, lo necesito y lo merezco.
Humberto me descubre dándome el mismo placer que se produce cuando se está a punto de tener un orgasmo. Él demanda que pare, yo acato la orden como lo hace un niño cuando le dicen que no toque. Por un momento me molesto, pero luego entiendo que es por mi bien. La alarma saltó a tiempo, por ahora sólo tengo tres caminos blancos sobre la pierna que se quitarán en cuanto me coloque un poco de crema humectante.
Luego les cuento un poquito más de esto, creo que ya hoy hablé mucho y bueno, esto es gratis y los demás también deben querer decir sus cosas, ¿verdad? Ah, se me olvidaba: Soy Amalia y soy adicta a mi piel.

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